Erotismo y tiempo

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El cine, la literatura y la mudanza del pudor en Marguerite Duras

por Claudio Asaad

Hay una extensa historia escrita acerca del cine y el erotismo. Extensa porque el concepto del erotismo, es tomado por historiadores y teóricos del cine a partir de una frontera muy débil entre la piel desnuda, y lo que esa piel puede cubrir como delgada vestidura de los órganos del cuerpo. Tal vez sea  Román Gubern, quien mejor intentó tratar de entender la misteriosa relación entre la provocación representada y el misterio invisible de lo erótico como propulsor del deseo.

El cuerpo domina el vínculo del cine con el  ojo del espectador, lo reproduce a partir de una débil huella de luz pálida sobre un plano bi-dimensional que, sin embargo, estalla, se dimensiona y ocupa un lugar de privilegio en nuestras vidas.

Los cuerpos se mueven en la pantalla, fragmentados y sostenidos por el visor de una cámara que determina una forma de recreación de brazos enlazados, dedos agigantados por el plano detalle y amantes exaltados bajo la los rayos suaves y pictóricos de una luz heredada de la escuela Holandesa del Siglo XVII.

En el registro de investigaciones  e historias escritas sobre el  cine erótico, se incorporan  casi siempre, la totalidad de filmes en los que el sexo, y la desnudez como tópicos dominan el tema de las historias.

Estas líneas intentan  ser, un acercamiento, una observación y una experiencia de lectura muy general de una mínima parte de la obra cinematográfica y literaria de la escritora de nacionalidad Francesa Marguerite Duras. Duras nació en Saigón en 1914 (en la actualidad, Ciudad Ho Chi Minh), en  1914, pasó su infancia y adolescencia en la Indochina Francesa En 1932 vuelve a Francia. Estudió Derecho, Matemáticas y Ciencias Políticas. Trabajó como secretaria en el ministerio de las Colonias de 1935 a 1941.  En 1943 cambia su apellido, por el de la pequeña ciudad donde había nacido su padre.  Durante la Segunda Guerra Mundial, participa en la Resistencia francesa contra el nazismo. Su grupo cayó tras una emboscada, Marguerite logró escapar ayudada por François Mitterrand. Militó en el Partido Comunista del que fue expulsada en 1955.  El libro “El dolor” (La douleur). Y los cuadernos recientemente descubiertos y que forman parte de “Los cuadernos de Guerra”, refieren a esa etapa. Sus primera novelas, “Les imprudents” (1943) y “La vie tranquile” (1944) reflejan la influencia narrativa sajona, hasta que con el tiempo   evolucionó hacia las formas del “nouveau roman”

El reconocimiento de Marguerite Duras comienza  con la publicación de una novela de inspiración autobiográfica, como casi todas las de su obra. “Un dique contra el Pacífico” (1950).  A partir de ese momento las novelas  posteriores ponen de relieve, en relatos cortos, la angustia y el deseo de los personajes que intentan escapar de la soledad. Que pretenden del amor, lo que el amor no puede darles. Con “El amante” (1984) obtuvo el Premio Goncourt. Novela que alcanzó un éxito internacional.  Más de tres millones de ejemplares se vendieron en el mundo en  cuarenta idiomas diferentes. Duras además escribió una serie de obras teatros y dirigió casi 20 películas. Entre las que se destacan “La Música”, “India Song”,” El camión” y” Los niños”.

De todas las obras que escribió Duras, me detendré en dos muy breves “El mal de la Muerte” y  “El hombre sentado en el pasillo”, relatos que pertenecen al ambiguo género de la  literatura erótica, aunque toda la obra de la autora puede leerse desde esa clave.  De las películas que realizó, elegí centrarme en “India Song”, una obra calificada de experimental y que Duras filmó en su propia casa, hacia fines de 1975.

La obra de Duras y su vida privada forman parte de una misma pieza de agua y fuego en las que el dolor, el amor como posibilidad limitada por su propia inmanencia y destino rozan peligrosamente la vitalidad emocional de la vida de los personajes y también la  de sus lectores y espectadores.

Duras vivió al límite, al límite de la verdad, al límite del lenguaje, y en el abismo entre una  humanidad desgarrada por la soledad  y el delirio que el silencio y el ocultamiento de la verdad producen en el futuro de la vida de los protagonistas de sus novelas y películas.

Alrededor de su literatura los personajes se reiteran, giran, regresan  en busca de un espacio donde ser plenamente, donde poder  unir su desesperación con un gesto, un grito, que liberador  de la espera  de algo desconocido e impetuoso.

Son personajes sin tiempo. Los días pasan por sus cuerpos, las noches;  pero no importa el año ni el día, a veces sí el lugar; casi siempre hay un mar de fondo o la voz del mar que alguien escucha como una aspiración o una evocación buscada a tientas en medio de una luz que se escapa de a ratos.

No hay tiempo, porque el tiempo ha sido abolido por el deseo, más aun por la búsqueda de una satisfacción que pueda controlarlo, a sabiendas de su ruptura, esa que  trae en si la trampa de una adicción infinita. “El hombre sentado en el pasillo” y “El mal de la muerte” importan por su inquietud y su anhelo de mantener la tensión por el deseo,   para que nada termine causado por la muerte de esa energía, por la iluminación que desnuda cubriendo el pecho de la mujer que es apenas una voz y un cuerpo mudo,  y más mujer que nadie en las imágenes de  “India Song”.

Duras vive del alcohol. Los personajes de estos relatos de la abstinencia de la pasión primero, de la violenta y precipitada entrega después.  Pero los dos están perdidos. El hombre sentado en el pasillo, ha sido descubierto por Duras mirando a esa mujer que está mucho más allá. No hay tiempo. Las horas son la extensión de esos metros de eternidad que son el pasillo y la masa de nubes que atraviesa la ventana. No hay palabras, ese hombre ha visto esa mujer y ahora quiere entregarle el desconsuelo de sus latidos, en todo el cuerpo le pasa que vivir sin ella es ahora la herida de toda su vida.

Una herida se llena haciendo un camino de desvaríos entre lo mirado y lo que provoca.

La mujer lo sabe por eso sube y abre las piernas, desacomoda su belleza, y extiende su fealdad exponiendo el sexo como una lanza que apunta su olor al pelo del hombre, a la reacción más vulgar, pero certera de su cuerpo que, por lejano es atraído a tiempo antes de que el día termine.

En “India Song”, las imágenes se sostienen como cuadros por donde los cuerpos transitan rígidos y perdidos en escenarios escasos, y solitarios, mientras las voces de los amantes, del Ganges, de los marginados de Calcuta, hablan, murmuran, tienen esperanza en la permanencia como cura para la desesperanza.

El sonido de “India Song” no acompaña la imagen, la imagen no es del sonido.  Por ejemplo, los dos hombres y la Mujer se desnudan sobre el piso de la sala. No se desnudan, están semidesnudos, de a ratos cubiertos porque se han tendido en el piso y están de costado, por momentos se miran, luego ruedan sobre sí y la ropa les descubre el pecho, el de la mujer tiene el pezón húmedo y la cámara se ha acercado a un plano incómodo y casi imposible, a esa distancia una luz insiste en remarcar la blancura y la textura brillante bañada por la humedad. Es casi una escultura, una porción para el apetito de los hombres que no hablan, que no tocan. El dialogo, en la banda sonora, lo mantienen dos mujeres que hablan de la luz del sol. Los dos textos, sin embargo no discuten. La historia  que se desarrolla en el sonido  completa la historia de dos amantes que se encuentran, de dos hombres o tres que aman a la misma mujer, de una mujer que  se escapa hacia la locura por el terrible miedo que le da vivir, vivir al borde de una posible muerte, de la muerte del amor. Los fundidos a negro, el fundido a negro sin tiempo sobre el que las voces siguen hablando diciendo, ese espacio negro donde todo puede crearse sin condiciones. El montaje es una reacción ante lo desconocido. El cambio de planos en muchas ocasiones, coincide con el cambio de escena.

En la  banda de  imagen, los hombres y la mujer deambulan por una sala, un parque, el borde de un lago. No hay nada tan erótico como esa búsqueda sin sonido propio, sin propósito trazado. El deseo es un torpe imán que los acerca de manera casi pendular. Como se tocan,  entonces, se separan y la distancia a veces es de muchos minutos.

En el cine de Duras, en “India Song”, tampoco hay tiempo. Las tomas son dictadas por esta atmósfera de sed insaciable. Los amantes, a veces, bailan. Bailan un tango. Se tocan con  delicadeza, pero abandonando el pudor con cada paso, en cada acorde, un poco más.

En “India Song”, el  Vicecónsul llora, en la novela de Duras Gritó y disparó  al aire contra la injusticia, la pobreza y los dolores del mundo. Aquí llora, sin llanto, llora mientras ve a la mujer que no puede hacer más nada que mirarlo, sus labios se hinchan, quiere amarlo y protegerlo de ese dolor, pero ella no sabe qué hacer con el suyo, con el dolor causado por la locura.

No hay tiempo, en “India Song” y el pudor tomó la mano de Duras, que da pero quita todo, y deja las huellas. Por eso  el vice cónsul llora, por eso se anima a llorar, porque es en silencio y porque ella, lo ve y su deseo es del silencio y la mirada.

Los planos de las películas de Marguerite Duras tienen la anatomía de las pinturas, van en busca de un espacio  que alimente,   a un tiempo que pretende deteriorar y corroer en nombre del lenguaje, a través de  diálogos plagados de abrumadores vacíos,  de frases sin terminar, es decir, de frases que han quedado supuestas y superpuestas a la imagen, que se adhieren a la textura de una puesta en escena calma, iluminada como una atardecer, declaradamente inerte y sin embargo, cargada de una atmósfera donde la pasión es una probabilidad que, podemos advertir, está destinada al fracaso.

Margarite Duras escribe “El mal de la Muerte” a los setenta años. En este relato un hombre esta por morir de muerte  natural y por falta de amor; el ya no puede amar, pero saberlo, sentir esa desazón, ya es un motivo en su vida, un motivo de búsqueda, una ocasión para compartir el ruido del mar que es  por instantes  oscuro en esa ciudad donde alquila el cuerpo de una mujer por algunos días. La mujer estará cerca del hombre,  casi oculta en las horas en que la luz de la tarde se cae demasiado rápido. El la espera cada vez con más impaciencia, sin embargo, casi no la tocará, la tendrá a distancia de sí. La mirada del hombre es una garra agresiva que pule los vellos de  la mujer, que  ausculta  los espirales de su perfume salino y tardío. Hasta animarse, hasta tocar el cuerpo, cubrir esa piel que no recibe el temblor de ese hombre áspero y hambriento. Las mujeres de Duras  se extienden más allá de su sombra, incluso,  y se abren, se entregan para apresar, para impulsar el gozo hacia el descontrol,  para luego soltarlo hacia el abismo, hacia una dirección sin destino.

La operación erótica está formada por trazos de tensión, apagado deseo, y repentinos ataques, espasmos: uno de los amantes devora y la otra espera ser devorada, gozada hasta el agotamiento. “El abandono es siempre mutuo”. Dice en “El mal de la muerte”:

“Quizás la buscaría fuera de su habitación, en las playas, en las terrazas, en las calles. Pero no podría encontrarla porque en la luz del día no reconoce a nadie.  No la reconocería. No conoce de ella más que su cuerpo dormido bajo sus ojos entreabiertos o cerrados. “En el hombre sentado en el pasillo”, El deseo, es una pala que cava sobre un mundo misterioso, el cuerpo ajeno, el cuerpo poseído, insatisfactorio apenas construido con  una profundidad limitada.

El hombre que vio la mujer ahora, ya la  hizo suya. Duras enfrenta las escenas de sexo, implantando sutileza y nada de obviedad en  la violencia desesperante que el hombre ejerce sobre una mujer que mira con él su propia sangre debajo de la piel, la grieta hirviente de un deseo que supera el deleite posterior. La mujer dijo “te amo” y el hombre supo que para poseer es necesario secar la vida, la propia y la ajena pero que en esa acción sin estrategias, los planes pueden equivocar su rumbo. Llegar a lo no declarado. La boca puede pedir lo que después no soporta el cuerpo.

Al mismo tiempo, también hay un mar, desteñido,  que baña un terreno árido con contornos retorcidos y brumosos. Duras distrae por momentos la mirada, porque es insoportable saber que algo nos posee  para el gozo y, como veía  Bataille,  también para la muerte.

Escribe la autora  en “El  hombre sentado en el pasillo”:

“Ella dice: golpeada con fuerza, como antes en el corazón. Dice que quisiera

morir. Así es, el rectángulo de la puerta abierta está ocupado por el cuerpo sentado del hombre que se dispone a golpear”

La poética de Duras se asienta en una combinación de acciones que enmudecen cualquier  otra alternativa  como idea o posibilidad de  reemplazar los elementos de esa trama.

En “India Song”, lleva el experimento con la gramática audiovisual a otros extremos y extrae la banda de sonido y filma otra película. En esas imágenes ya no hay nadie, sólo un paisaje invernal asentado sobre las ruinas de los muros. Imágenes sobre el vacío que se llena con el diálogo de los amantes, la sensualidad de las pausas: lo erótico ha sido mudado definitivamente al lenguaje.

El erotismo es el eje en el comienzo “Hiroshima Mon Amour”, donde la vitalidad de la pasión y la conciencia del dolor y de la muerte, de la guerra conviven sobre planos encadenados, y en “El amante” y “El amante de la china del norte”. Estas obras reconstruyen las horas en que,  Margarite niña, apretaba su cuerpo tembloroso  para que ese hombre desdichado goce de él mientras la ciudad los ignora. Siempre a la tarde, a la salida de la escuela.  Antes de regresar a su casa y de que su hermano grite y la golpeé.

El erotismo es  el descuido en las miradas de “Moderato Cantabile”, entre la mujer y un hombre desconocido en un bar con el que habla hasta hacer el amor, sin tocarse, hasta afiebrarse, sólo adivinando lo que la piel reclama mientras se ahoga.  El erotismo se bebe de los planos casi eternos sobre  los ojos de una hermosa  Jeanne Moreau intentando escrudiñar  la mirada  inquieta y  excitada de un Joven Gerard de Pardieu en “Nathalie  Granger”.

Duras muere a los ochenta y dos años. El alcohol, el cigarrillo la han dejado casi muda. Ella vivía con un amante treinta años menor que ella. El desea a otros hombres, pero la ama y la cuida. Como a sus personajes, Duras le grita a Yann Andrea, a veces lo hecha, otros en un ataque sin límites lo besa, le acaricia la cara como queriendo esculpirlo, casi con violencia. Él le toma prestada la voz a ella, para escribir, después de su muerte “Ese amor”. Una novela que es después película, en la que una anciana Jeanne Moreau hará esta de vez de Duras y trasladará sus ojos apagados a una pasión que no se extingue, el cuerpo si, la pasión de amor nunca. Es lo queda del mundo.

Sus arrugas, las arrugas de ella son el amor de él,  y para él. Yann Andrea estará al lado  de Marguerite hasta el día de su muerte.

Mientras, hasta las últimas horas, ella escribe, escribe unos poemas deshojados, apenas balbuceantes, puede escribir dos líneas, luego duerme, esos pequeños fragmentos están en   un libro que se llama “esto es todo”. Allí Escribe Duras, antes de su propio final: “te amare hasta mi muerte, voy a tratar de no morir demasiado pronto. Eso es todo. Todo lo que tengo que hacer”

BIBILOGRAFIA

ADLER, Laurie “Marguerite Duras”.  Editorial Anagrama, 2000, Madrid.

ANDREA, Yann “Ese Amor”. Editorial Tusquets. Colección Andanzas. 2000. Barcelona

GUBERN, Román “La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas”, Akal, Madrid, 1989

DURAS, Marguerite “El hombre  sentado en el pasillo”. Editorial Tusquets. Coleccíón  La Sonrisa Vertical. 1996. Barcelona.

DURAS, Marguerite “El mal de la muerte”. Editorial Tusquets. Coleccíón  La Sonrisa Vertical. 1996. Barcelona.

DURAS, Marguerite “Cuadernos de la guerra y otros textos”. Editorial Siruela. Colección el Ojo del tiempo 21. Madrid 2008.

DURAS, Marguerite “La Música. India Song”. Editorial El cuenco de Plata. Buenos Aires 2007.

DURAS, Marguerite “Esto es todo”. Editorial Ollero y Ramos. Madrid  1998.

DURAS, Marguerite “Moderato Cantabile”. Editorial Millenium. Madrid 1999.

DURAS, Marguerite “El Amante”. Editorial Tusquets. Coleccíón  Andanzas. 1985. Barcelona.

DURAS, Marguerite “El Viceconsul”. Editorial Tusquets. Ediciones RBA. 1993. Barcelona.

DURAS, Marguerite “Hiroshima mon amour”. Editorial Seix Barral.  1984. Barcelona.

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