Una semana solos

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Segunda película de la realizadora argentina Celina Murga,  íntegramente protagonizada por niños. 

 

 

 

 

 

 

 

Abrir la puerta

por Gastòn Molayoli

Una semana solos (Argentina/2008). Dirección: Celina Murga. Con Natalia Gómez Alarcón, Manuel Aparicio, Mateo Brown, Eleonora Capobianco y Magdalena Capobianco, Ignacio Giménez, Gastón Luparo, Ramiro Saludas, Lucas del Bo, Federico Peña, Manuel Aparicio. Guión: Celina Murga y Juan Villegas. Fotografía y cámara: Marcelo Lavintman. Música: Inés Gamarci, Martín Salas y Marcelo Pérez. Sonido: Federico Billordo. Edición: Eliane Katz. Dirección de arte: Julieta Wagner. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 110 minutos.

En entrevistas realizadas al momento del estreno de Una semana solos, Celina Murga comentaba que uno de los disparadores de su película fue el libro Los que ganaron, de la socióloga Maristella Svampa. Allí la autora se pregunta sobre las nuevas generaciones nacidas y criadas en barrios cerrados y sobre la idea que estos chicos pueden tener sobre diferentes cosas, entre ellas las de lo público y lo privado. Una semana solos coquetea desde el principio con esta distinción.

Un grupo de chicos, hermanos y primos, se quedan por una semana al cuidado de Esther, la  empleada doméstica. En su soledad irrumpen en las casas vecinas, cuyos dueños también están ausentes. Hacen desmanes, usan los aparatos eléctricos, comen y se van. En su gesto puede leerse inconformismo, pero no hay detrás de su accionar una idea de rebeldía sino un simple aburrimiento y la creencia de que ese gran espacio amurallado les pertenece.

En la primera parte, Una semana solos se limita a retratar ese mundo endógeno en el que los primos mayores experimentan entre sí un confuso y conflictivo despertar sexual, y en el que Sofía (Eleonora Capobianco), otra de las niñas, resuelve algunas de sus inquietudes gracias a la relación de amistad que mantiene con Esther (Natalia Gómez Alarcón). En una bellísima escena, Sofía le confía que no tomó la comunión y luego de que Esther le responde que ella sí la tomó, y que en esa oportunidad usó vestido blanco, la niña le pide que le muestre como se hace la señal de la cruz. Lejos de constituir una mirada sobre la religión, la escena revela que la niña, más allá de esta semana de soledad, no tiene a nadie que resuelva sus dudas, nadie con quien hablar, y la ausencia de sus padres por vacaciones no es más que una confirmación de eso.

El espacio exterior está tan ausente como sus padres y Celina Murga lo subraya ubicando fuera de cuadro a los únicos adultos extraños a la casa: los copy cops (nombre ridículo que define a los representantes de la fuerza de seguridad del Country), que aparecen siempre recortados o de espaldas, y muchas veces su presencia se reduce a la voz. Es interesante esto último porque como ocurría en la excelente Ana y los otros -una de las grandes películas argentinas de los últimos años-,  Celina Murga elige potenciar la expresividad de la voz y de otros sonidos propios de la escena. En Una semana solos la banda sonora está compuesta por sonidos que se desprenden del entorno impoluto que los countrys inventan y por el relato en off de documentales tipo National Geographic que los chicos ven en la televisión.

Hasta aquí la película se limita, decíamos, a retratar la vida en un country de chicos solitarios y aburridos. Si la película se quedara allí estaríamos ante la mera descripción de un mundo cerrado sobre sí mismo, pero aparece Juan Fernando, el hermano de Esther, que viene de Entre Ríos a pasar unos días con su hermana. Su presencia genera una incomodidad que los chicos no pueden explicar y funciona como un contraste perfecto y necesario. Para ellos, Juan Fernando es una persona demasiado extraña que viene de un lugar muy alejado y desconocido. Las diferencias culturales son marcadas sobre todo por el “intruso” que no oculta su desconcierto frente a reglas arbitrarias: ¿Qué no puedo hacer?, ¿por qué no puedo hacerlo?, te lo podés hacer vos al Nesquik. La contundencia de lo exterior se revela en esas frases que se arrojan tímidamente pero que tienen la fuerza de una cachetada.

En su segunda película, Celina Murga confirma que puede trabajar con niños y que tiene un gran respeto por el silencio y el gesto mínimo. El ejemplo más perfecto es el mudo desconcierto de todos en el último plano que abre las puertas de un universo falso, de adultos asustados y de niños huérfanos.

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