Los labios

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Los labios se aleja de cierta solemnidad que caracterizaba a las anteriores películas de Santiago Loza y constituye una obra lírica que no teme ensuciarse con el barro

Vestidos con barro

Los labios (Argentina/2010), Guión y dirección: Santiago Loza e Iván Fund. Con Eva Bianco, Victoria Raposo, Adela Sánchez y Raúl Lagge. Duración: 100 minutos.

Por Gastón Molayoli

Una de las características del cine es darle visibilidad a espacios que usualmente se escapan a nuestros ojos. Santiago Loza e Iván Fund se adentran en un pueblo de Santa Fé para mostrar con gran potencia uno de esos rincones del interior a donde ni siquiera llegan las promesas.

Las protagonistas son tres asistentes sociales (Noe, Coca y Luchi) de generaciones y motivaciones distintas, que viajan a la zona para hacer un relevamiento. Cuando llegan al lugar, un hombre de la municipalidad las lleva a donde van a hospedarse: un hospital en ruinas, poderosa metáfora sobre el estado del sistema sanitario en ciertos lugares del país. Desde allí, las mujeres transitarán todos los días la distancia que las separa de los asentamientos para hablar con la gente del lugar sobre sus condiciones de salud, sus hábitos de higiene y sus prácticas cotidianas.

Los labios articula su relato a partir de una serie de entrevistas con personas que enumeran sus necesidades frente a la cámara. Las que preguntan son actrices, las que responden son personas reales que hacen de ellas mismas. En esta paradoja la película encuentra gran parte de su sustento. No se trata del mero ejercicio de oscilar entre la realidad y la ficción, cruce cada vez más visitado en el cine contemporáneo. En esta película el recurso logra romper la distancia que muchas veces se genera cuando un cineasta prende la cámara en una situación de pobreza o marginalidad. En esos casos pareciera que el director atiende a lo que observa desde la compasión y, por lo tanto, termina encarando una suerte de explotación de la miseria.

La superación de esta distancia no es solamente mérito de las actrices sino también de los entrevistados que, con enorme conciencia del juego en el que están participando, aclaran varias veces que lo dicho es totalmente sincero. Hay en esas declaraciones una intuición que va más allá de lo que cualquier guión puede predecir y que obliga a las actrices a adaptarse constantemente.

La cámara de Iván Fund se acerca a los rostros tratando de no molestar y en esa acción hay un intento claro de encontrarse con los otros. En Los labios los personajes rara vez están completamente solos, siempre están yendo hacia otros o siendo acompañados por otros. El trío protagónico experimenta sus más grandes momentos cuando forma una especie de fuerza colectiva, intensa y femenina; cuando se bañan y se maquillan entre sí o cuando caminan juntas al atardecer por las calles de tierra. Por eso incomodan tanto los planos cerrados de ellas en el hospital viejo, las caminatas durante la noche de la mujer más joven o el baile de la escena final (no es menor el hecho de que las tres protagonistas hayan sido premiadas de manera conjunta a la categoría mejor actriz en el Festival de Cannes de 2010).

Gracias a esas imágenes registradas con sutileza, Los labios se aleja de cierta solemnidad que caracterizaba a las anteriores películas de Santiago Loza y constituye una obra lírica que no teme ensuciarse con el barro.

 

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