El loro y el cisne

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el loro y el cisne

Coreografías

El loro y el cisne (Argentina/2013). Guión, dirección y edición: Alejo Moguillansky. Con Rodrigo Sánchez Mariño, Luciana Acuña, Walter Jakob y Luis Biassotto. Productora: El Pampero Cine. Duración: 105 min.

Por Gastón Molayoli

El loro y el cisne cuenta la historia del Loro, un sonidista que junto con un equipo reducido -un camarógrafo, un director y un productor yanqui- está haciendo un documental sobre la danza. El grupo recorre los ensayos de diferentes elencos de Buenos Aires, desde el ballet del Teatro Colón, pasando por el Ballet Folcrórico Nacional hasta un grupo independiente de danza-teatro.

A primera vista, la película parece un documental que usa a la ficción como una excusa para registrar todo el trabajo que implica una puesta de danza. Sin embargo, ya en la primera escena se pueden anticipar algunas de las coordenadas dentro de las que se moverá la película. El Loro lee una carta en un auto estacionado al costado de la ruta mientras se escuchan unas personas que tratan de solucionar un desperfecto mecánico. El contenido de la carta no se nos revela a partir de los recursos típicos: no se recita, ni desde la voz del protagonista ni desde la voz de la persona que la escribió; la cámara no nos deja ver exactamente qué está escrito en ella, si está hecha a mano o si es un texto impreso. En su lugar, cada una de las líneas está insertada sobre la pantalla de la misma manera que aparecían los intertítulos en las películas mudas, sólo que en este caso sobre la imagen del protagonista y no sobre un fondo negro. Gracias a ese recurso, por demás artificial, leemos –y entendemos- que al Loro lo están abandonando. La mujer no sólo le dice eso, sino que enumera varios aspectos que le repugnan de su novio y sentencia la carta diciendo: voy a tratar de hacerte todo el mal que pueda. Inmutable, el Loro desliza su mirada sobre cada uno de los renglones y, al terminar, sale del auto, se acerca al capot e inserta allí su micrófono para registrar el sonido del motor que arranca. La actitud genera un contrapunto con la seriedad de la carta en un recurso propio de la comedia. De allí en más la película se alejará progresivamente de esa primera densidad.

La película de Alejo Moguillansky se fuga, en todos los niveles, de la solemnidad que poseen ciertas prácticas, espacios y modos de decir. La inquietud sobre la danza clásica, por ejemplo, está presente en varios momentos, pero finalmente el Loro –y todo el equipo que lo acompaña- encuentra cabida en un grupo mucho más reducido de danza-teatro. Allí, además de un romance, surge un tipo de lazo que no está atravesado por una idea de profesionalismo, en el sentido más acartonado y burocrático de la palabra. El punto central de esta comedia fresca y arriesgada, que se toma todas las atribuciones que puede, es la defensa de un modo amateur de entender el quehacer artístico.

La experiencia del arte, para los personajes y para Moguillansky, puede ser intensa pero no necesariamente solemne. Uno puede escarbar en las profundidades de su propia práctica, indagar en las formas y las texturas del cine, del teatro, de la danza o de cualquier disciplina, pero sin perder por eso la capacidad lúdica. Esa parece la máxima que persiguen no sólo los personajes o el director sino también todas las producciones de El Pampero Cine, desde Historias extraordinarias hasta esta última.

Lo amateur no implica necesariamente informalidad en las relaciones laborales o falta de compromiso, sino la certeza de que las personas que están cerca no sólo son compañeros de la misma empresa. Cada uno de ellos es parte fundamental de un grupo humano que convive en distintos niveles. Más allá del humor, algunas veces delirante y otras veces sutil, los personajes están para los otros, pueden hablar de lo que les pasa, darse consejos y sacar conclusiones colectivas.

El loro y el cisne no es sólo la historia del Loro, ni tampoco la del Cisne, esa mujer hermosa que se lo lleva a San Francisco (Córdoba). Quizás tampoco sea una historia, entendida esta como una estructura con un eje más o menos definido, sino el retrato móvil de un grupo humano que indaga con alegría en las profundidades de una disciplina todavía extraña como la de la danza contemporánea. En algún punto, la película de Alejo Moguillansky es una comedia romántica un poco delirante que piensa con habilidad sobre el arte. Y por otro lado, teniendo en cuenta el aire que permite respirar, se parece a una gran canción pop: no es seria, no es solemne, pisa un terreno reconocible pero de una manera distinta a la vez, se ríe de sí misma y, al final de cuentas, te parte la cabeza.

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