Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)

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Birdman

Exceso de equipaje

Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman: or The Unexpected Virtue of Ignorance, Estados Unidos-Canadá/2015). Dirección: Alejandro González Iñárritu. Elenco: Michael Keaton, Edward Norton, Naomi Watts, Emma Stone, Zach Galifianakis, Amy Ryan y Andrea Riseborough. Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone,  Alexander Dinelaris Jr. y Armando Bo. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Duración: 119 minutos.

Por Gastón Molayoli

Todos los años, entre febrero y marzo, a pesar de guerras, invasiones y otras calamidades, se realiza la entrega de los Premios Óscar, la fiesta donde las celebridades se muestran, desfilan y rinden pleitesía a un gigante que no tiene cara. La novedad de esta entrega fue que por segundo consecutivo un mejicano ganó el premio a Mejor Director: en la entrega anterior fue para Alfonso Cuarón y en esta para Alejandro González Iñárritu. Una diferencia no menor es que Birdman, la película dirigida por el segundo, se llevó también el premio a Mejor Película. ¿Importan estos datos? ¿Importa la Academia? Como decía hace un tiempo en ocasión de 12 años de esclavitud, más allá de la frivolidad de la ceremonia, lo que interesa es la manera en que a través del premio la Industria de Hollywood vuelve a definir lo que, según ella, debe ser el cine. El imperativo podría encontrar una síntesis entre varios elementos: un tema “importante”, virtuosismo formal y actuaciones desbordadas. Si Gravedad no ganó el premio mayor se debe a que no cumple con ninguna de las tres, ni siquiera con la segunda, a pesar de haber ganado casi todos los rubros técnicos: su propuesta visual y sonora nunca es pirotécnica sino precisa y sutil. González Iñárritu, por otra parte, es uno de los máximos referentes del cine que promueve la Industria, un cineasta que desde Amores Perros fue activando progresivamente el detector que identifica lo que el mercado quiere ver y lo que se suele definir como el “gran” arte. Para decirlo de otra manera: el efectismo del peor cine norteamericano y la solemnidad del peor cine europeo.

Birdman cuenta la historia de Riggan Thomson, interpretado por Michael Keaton, un actor venido a menos y reconocido por haber interpretado a un superhéroe llamado, precisamente, Birdman. La última película de la saga Birdman fue estrenada en 1992, el mismo año en que Keaton filmó Batman. Desde ese momento Thomson no hizo nada relevante. Ahora, inmerso en una crisis personal decide adaptar, dirigir y protagonizar en Broadway una obra de teatro de Raymond Carver titulada ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Parece un intento de reivindicación: un actor de películas de super héroes, blanco fácil de la crítica de cine, quiere interpretar a Carver, prototipo de artista honesto y visceral. Unos días antes del estreno de la obra, en medio de ensayos y preestrenos, un golpe “accidental” nockea a uno de los actores y Thomson, junto con Jake, su productor y amigo, lo suplantan por Mike Shiner, el actor del momento en el mundillo teatral. Al elenco de la obra lo completan Lesley, la novia de Shiner, una actriz que quiere llegar a la cima del mundo del espectáculo y Laura, la novia de Thomson, otra actriz con las mismas pretensiones. Detrás del escenario deambulan el mencionado productor, preocupado por sostener los andamiajes de la empresa, la hija de Thomson, una joven rehabilitada por consumo de drogas con pose depresiva, y la ex mujer de Thomson, cuya breve aparición intenta representar todo lo (poco) que se perdió el protagonista si se hubiera dedicado a su familia.

La experiencia cinematográfica implica una evidente asimetría: hay alguien que decide, a veces antes de que exista el plano, cuáles elementos se van a ver, cuáles no y por cuánto tiempo. Siempre hay manipulación, el asunto es en qué medida. Lo que sucede en Birdman (accidentes, peleas, entrevistas con la prensa, amores cruzados) se escapa muy poco del espacio donde se interpreta la obra. El gran escenario está atravesado por varios travellings que, como hace sesenta años en La soga, simulan ser uno solo. Ni en aquella película ni en esta el recurso tiene una verdadera función. En la de Hitchcock, el arma que se utiliza para cometer el asesinato le da nombre a la película y funciona como excusa plástica, pero la historia podría haber sido narrada con cortes sin que nada cambie. Incluso hubiera sido mejor: en varias secuencias uno se desprende de la intriga e intenta descifrar cómo se las arregló el director para lograr la continuidad visual en una época en la que los rollos podían filmar hasta diez minutos. En Birdman, a pesar del salto que implica el digital, pasa algo parecido: cada plano, mérito principal de Emanuel Lubeski (el mismo Director de Fotografía de Gravedad), no busca la integración del espacio ni la inmersión del espectador, sino sacarlo de la trama para que recuerde la pericia del artista que está detrás. A pesar del narcicismo, la apuesta podría tener un costado lúdico, pero el director se toma tan en serio a sí mismo que nunca se permite esa posibilidad. La egolatría de los artistas, el deseo de ser amado, la realidad y la ficción, la alta cultura versus la baja cultura, el teatro, el cine, la crítica de arte, el poder, el jazz, la inmediatez de las innumerables plataformas comunicacionales que nos rodean y otros tantos tópicos están metidos a presión en una película que le guiña el ojo a la misma crítica “culta” que dice cuestionar.

Sin embargo, si uno quisiera disfrutarla (cosa que se puede hacer tranquilamente porque, seamos sinceros, esta no es 12 años de esclavitud), debería olvidarse de la enumeración que figura en el párrafo anterior. Es todo un esfuerzo, pero vale la pena introducir una voluntad lúdica en una película que no se lo permite, olvidarse de las sentencias graves que escupen los personajes cuando se refieren al mundo o a sí mismos y concentrarse, finalmente, en la manera en que la cámara de Lubeski se desliza por el espacio y en la omnipresencia potente de la batería jazzera que atraviesa todo el relato. Si nos animamos a ese ejercicio, que no intenta escaparle a la profundidad a través de un camino banal, quizás logremos disfrutar de la película y comprendamos que el problema no es tanto su ampulosidad formal, sino el exceso de importancia que carga como lastre.

8 COMENTARIOS

  1. ¡Buena apreciación, Gastón! particularmente disfrute de la película; la sentí divertida y absolutamente exagerada, sin muchas intenciones de verosimilitud. Un ejercicio lúdico, como decís vos.

  2. Flaco, por suerte algunos vemos la película antes de leer tu crítica, y zafamos de tanto ejercicio que exigís para verla. “Si uno quisiera disfrutarla”, ponés, como si ver una película implicara autoflagelarse (bueno, a veces pasa). No creo que cada plano intente sacar al espectador de la trama para que recuerde la pericia del artista que está detrás. O será que “la inesperada virtud de la ignorancia” me impidió notarlo, y sí percibí un “costado lúdico” (si bien no lo creo una cuestión sine qua non). Coincido con vos en muchas apreciaciones, tus observaciones son impecables, pero sin ser El Arca Rusa, lejos del poderoso travelling inicial de Sed de Mal, no veo ampulosidad en esa forma de narrar a lo Van Sant en Elephant o a lo Aronofsky en El Luchador, aunque sí un abuso algo ostentoso de la sincronía, algo que Riggan Thomson y mi suegra no notarían. ¡Viva Méjico cabrón!

  3. Está muy bien que veas las películas antes de leer las críticas. Las críticas implican un doble diálogo: entre la película y el que escribe y entre este y el lector (que, a su vez, dialoga con la película). Ver cualquier película es un “ejercicio” para mí, lo que no significa que otros espectadores deban hacer exactamente el mismo “ejercicio” ni que la idea de “ejercicio” sea necesariamente negativa (como si ejercitar la mente o la percepción frente a una película deba ser algo displacentero).
    No entiendo porqué el “ejercicio” que uno hace para disfrutar de algo que a priori no le genera placer pueda tener, como contrapartida, la autoflagelación. En ese pasaje del texto lo que afirmo, justamente, es que hay algo del despliegue formal que, si uno se olvidara de la solemnidad y el exceso de referencias (lo que por otra parte es un juego forzado: extraer sólo una parte -o una dimensión- del todo), podría disfrutarla. Lo que sí creo que esconde una contrapartida es esta oración: “O será que ´la inesperada virtud de la ignorancia` me impidió notarlo”. Ahí vos hacés lo mismo que supuestamente hace Birdman con Riggan Thompson: valerse de la supuesta “ignorancia” para desnudar la supuesta “pericia” de los otros. No sos un ignorante del cine y yo tampoco soy (ni me creo) la gran autoridad. Simplemente desarrollo una opinión e intento argumentarla, con todo lo imposible que eso resulta cuando se está ante una obra de arte, aunque esta tenga, supuestamente, un mero “costado lúdico” (cosa que en este caso no creo).
    Cuando en el texto hablo de “ampulosidad formal” me refiero a un “abuso” (no “algo” sino muy) “ostentoso de la sincronía” y especialmente del tratamiento de los espacios. Para decirlo de otra manera: a diferencia de las películas que mencionás el plano secuencia en Birdman está, en la mayoría de su desarrollo, al pedo, y por eso creo que “cada plano saca al espectador de la trama para que recuerde la pericia del artista que está detrás”. En El arca rusa el plano secuencia juega a unir temporalmente varios siglos de la Historia rusa, en El luchador presenta el espacio donde va sucede la historia, en Sed de mal plantea el conflicto desde el vamos (es uno de los planos secuencias más maravillosos de la historia del cine), y en Elefante el plano secuencia construye a los personajes (fíjate que no sabemos nada de ellos, sólo caminamos a su lado, y sin embargo ya nos duele su posible muerte). Me gustan más otros mejicanos, como Cuarón o Reygadas, pero sí: ¡Viva Méjico cabrón!

  4. El problema de Birdman es haber ganado. Y hacer que ustedes que tienen cerebros brillantes pierdan su tiempo reflexionando este bodrio.

    La academia premia películas aburridas porque le gusta que la gente sufra, así gasta dinero en medicamentos. Por eso premiaron a Fargo y no al Gran Lebowski. (La diferencia es que Fargo si me gustó y es excelente pero ustedes me entienden a lo que voy)

    Un saludo a toda la gente que le gusta pelearse por una película. Que vivan los críticos, los anti críticos y la violencia intelectual entre jóvenes intelectuales.

    Los amo.

    JR

  5. Voy a hacer una última apreciación, para contestarle a los dos, y ya no voy a discutir más sobre el tema (salvo que se metan con mi perro que toca el saxo y se llama Birdcan)
    En primer lugar, J.R., te presento a Gastón, un amigo, con quien no nos peleamos nunca (todavía). Mientras vos escribías, nosotros charlábamos un poquito más sobre Birdman, cara a cara, pero en términos de Me gusta/No me gusta.
    Gastón, te presento a J. R. que no es Irwin, el de Dallas, sino Roqué, artista, actor, escritor y dramaturgo, pero también porteño (perdón por juzgar, no discriminar) y según yo lo recuerdo un apasionado, entre tantas cosas, de las discusiones, no de las peleas.
    Está claro que a ustedes no les gustó la película y a mí (debo reconocerlo), que la vi sólo una vez (insuficiente para andar hablando tanto), sí me gustó.
    Gastón:
    Si nos ponemos a comparar, sobre todo con clásicos de medio siglo y más atrás, no vamos a terminar nunca, si bien yo puse cuatro ejemplos bastante abarcativos y vos los utilizaste catedráticamente a tu favor (es un elogio) o mejor dicho en apoyo de tu tesis. Pero respecto del ejemplo que vos propusiste, y que es la base de gran parte de tu argumento, yo creo que lo que antes se resolvía con destreza (y según vos en La Soga bien pudo no estar, pero está y distrae a quien se pregunta o preguntaba “¿cómo lo hizo?”) hoy lo resuelve la tecnología, desde hace ya rato, entonces casi nadie se pregunta o debería preguntarse sobre la plasticidad de un Tiranosaurio Rex o la delicuescencia de los ángulos rectos en el deslizamiento cartilaginoso, lubricado y secuencial de la cámara de un mejicano u otro por los pasillos del teatro-escenario de la trama en Birdman. En todo caso, cabe preguntarse si no te estás salteando un paso, un elemento estructural de cualquier relato: el narrador. Personalmente sospecho que confundís o fundís en uno al narrador con el realizador, juzgando moralmente las pretensiones del último, saliéndote de la obra en la crítica de la misma, que es lo que vos denunciás como intromisión en Birdman. Es una labilidad dialéctica posible en la obra de arte, pero no en la crítica: Si te molesta un narrador testigo que compite y supera desde lo formal al narrador natural-vivencial-participante propuesto por la obra, eso es otro cantar. No se llama Iñárritu.
    Y te propongo otras líneas de lectura, respecto, sí, del realizador: Tal vez quiso que su obra fuera en sí misma la crítica, denuncia, de la relación entre crítica y ficción (y la realidad trágica que pervive dentro, en el medio de toda esa fricción, exasperada hasta la locura por sus protagonistas), o simplemente el retrato, a lo Carver, del padecimiento de personajes que, paradójicamente con el título de la obra, y con la obra de Raymond en general, se encuentran todos exentos del espectro del amor, adscriptos como están a una pasión por el exitismo y la frivolidad (acá sí desentona esa profundidad fetiche que vos denunciás en los diálogos). Pero fijate que no hablaste de los personajes ni de las actuaciones, en una película que trata sobre una obra de teatro. Quizás, por esa fijación de buscar en el nombre y apellido del realizador lo que no te gustó del resultado de su trabajo, y no en la obra misma lo que no funciona o desentona con sus propias pretensiones u ontología en tanto obra…
    Qsió, vite?

  6. Julián: de todo lo que se escribió por acá la frase “La academia premia películas aburridas porque le gusta que la gente sufra, así gasta dinero en medicamentos” es lo que mejor sintetiza el sadismo cada vez mayor del cine contemporáneo, que se premia en numerosos Festivales (no sólo en la Academia) y todas las películas anteriores de Iñárritu. Gracias.
    Willy: decile a tu perro que le mando un abrazo, jamás me metería con él.
    Antes también lo resolvía la tecnología, sólo que era un poco más difícil realizar ciertas proezas técnicas. Allí radica, quizás, el gran mérito de La soga. Lo que me interesa discutir en la nota es la pertinencia de algunas decisiones de Iñárritu en Birdman y no la dificultad (o falta de ella) que tuvo a la hora de ejecutarlas. Si me atrevo a suponer que el espectador podría salir de la trama para preguntarse por los movimientos se debe al carácter inusual de ellos. El plano secuencia, así como lo utiliza, es nada más que una marca de estilo, cosa que me resulta tan indiferente como el tipo de shampoo que usa Naomi Watts. Si Iñárritu hubiera decidido filmar cada parte de la película con la predominancia de un color en particular sólo porque queda cool, también me resultaría indiferente.
    Entiendo la salvedad que hacés con respecto a la figura de un narrador. Sucede que no me salteo ese paso: vos decidís incluirlo como si fuera parte obligada de una crítica. Parto de otra idea: el director es responsable de cada plano de la película. Para decirlo de otra manera, y a pesar de que los posmodernos detestan esta idea, sigo sosteniendo la teoría del autor. Mi diferencia con la película, entonces, tiene que ver con las decisiones de puesta en escena (dónde se pone la cámara, por cuánto tiempo, cómo maneja los espacios y los tiempos) y no tanto con la narración (aunque obviamente, como decía en mi intervención anterior, las películas no son una suma de partes). Lo que en el fondo me decís es que Iñárritu toma distancia de lo que muestra y de lo que cuenta, y que esa distancia implica una crítica. Ya me lo dijeron. Quizás sea yo el equivocado en este punto, pero creo lo contrario: donde ven ironía o crítica yo veo cinismo.
    Para saber cuáles fueron las intenciones del director tendría que hacerle una sesión de terapia, y ni aún así, como enseña la psicología, podría saberlo, porque hay un mundo que se le escaparía (como a cualquiera). Pero es inevitable que uno adjudique a un nombre propio esas decisiones, aunque lo niegue. Vos mismo lo hacés. Vos sos el que quiere que la “obra fuera en sí misma la crítica, denuncia, de la relación entre crítica y ficción (y la realidad trágica que pervive dentro, en el medio de toda esa fricción, exasperada hasta la locura por sus protagonistas), o simplemente el retrato, a lo Carver, del padecimiento de personajes que, paradójicamente con el título de la obra, y con la obra de Raymond en general, se encuentran todos exentos del espectro del amor, adscriptos como están a una pasión por el exitismo y la frivolidad”. Está buenísimo ese párrafo. Podría ser el final de una nota. Escribila y la publicamos. Un abrazo a ambos.

  7. Muchas gracias queridos amigos, atiéndase el plural que no es un dato menor y digo amigos porque a Gastón ya lo siento como tal, pero voy a decir por qué: Cualquiera que se pelee con Iñarratu debe ser mi amigo. 21 gramos fue tal vez la máxima desilusión que tuve en un cine. Y creo que la mayor parte de esta crítica está dirigida a Iñarratu y a una pregunta tremenda: ¿Por qué le pasó lo mismo que a Fito Paez? Si se hubiera muerto después de Amores Perros hoy tendría una estatua en la calle corrientes. Y en la 5ta avenida también.

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