La mujer de los perros

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la mujer de los perros

De Laura Citarella y Verónica Llinás (Argentina/2015), 98 min.

 

Por Lucía Minkevich

La mujer jamás nombrada no dirá palabra alguna. Recorrerá páramos desoladores, los confines geográficos poco habituales del gran Buenos Aires, siempre acompañada por una jauría de perros salvajes. Sus bienes invaluables remiten a una choza que irá mejorando con el paso de las estaciones y algunos objetos que le serán útiles en su vida cotidiana. Esta historia silente y existencialista abrevia con mucha fuerza la idea de que no hay una naturaleza humana que determine a las personas, sino que son sus actos los que determinan quiénes son, así como el significado de sus vidas y su relación con la otredad. No puede saberse con seguridad si su forma de vida es una elección o un destino, pero la mujer que está literalmente en los márgenes, todavía conserva alguna relación con el mundo civilizado: quedan los remanentes de un afecto profundo por ciertas personas.

De espalda a los planteos de los que la película puede ser objeto, entre ellos, cierta vaguedad en el momento de denotar qué decisiones tomadas por esta mujer la llevan a vivir situaciones límite, las acciones de la protagonista se centran en observar, sin decir una palabra, la sociedad en sus rituales y sus obsesiones, reflejando como un espejo nuestra propia mirada, por lo que nos encontramos viéndonos a nosotr*s mism*s.

Si en la urbe la mujer se ve forzada a adaptarse a los regímenes de una sociedad moderna, por el contrario, en las hipnóticas escenas naturalistas de su vida con la jauría, se desarrollan los rituales diarios de la vida silvestre que nada parece perturbar, aunque el invierno deje dolorosas marcas en la mujer sin nombre. Lejos de constituirse en una historia sobre antropomorfismo animal, temática en la cual es usual incurrir, se avizora aquí una interacción reflexiva entre mujer-perro. Si anteriormente nos referimos a la relación con la otredad como forma de definir a la persona, la protagonista encuentra en la jauría un espacio de libertad y acompañamiento, tal vez un campo de resistencia hacia las desconfianzas suscitadas en quienes la rodean. Después de todo, los animales son incapaces de emitir juicio alguno.

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