MARILYN A LOS 90 AÑOS: MUÑECA ROTA, ICONO INMORTAL.

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Marilyn sigue joven y viva. Todos los años se subastan sus artículos personales, y en 2011 se estableció un récord mundial cuando el vestido blanco usado en La comezón del séptimo año fue vendido en 5.600.000 dólares. Chanel emplea bellezas de hoy para su publicidad (Audrey Tautou, Nicole Kidman, Gisele Bündchen, Keira Knightley), pero en 2014 recurrió a la imagen de Marilyn para el nuevo clip de Chanel nº 5. Scarlett Johansson y Charlize Theron posan remedando los desnudos tardíos de la diva, mientras ríos de tinta aún corren acerca de su trágico final. Nadie es capaz de imaginar cómo se vería Marilyn a los 90 años, porque su figura en la pantalla sobredimensiona a la mujer real, esa muñeca rota vuelta icono inmortal a partir del luctuoso 5 de agosto de 1962.

Por Amílcar Nochetti.

ESTRELLA. 1949 fue el año más importante de su vida. Se destacó por primera vez en Locos de atar. Aparecía con un aire desorientado y frágil, que sería luego su marca de fábrica. Groucho Marx la veía y le preguntaba: “¿Puedo ayudarla en algo?”, luego miraba la cámara y reflexionaba con cinismo: “¡Qué pregunta más estúpida!”. Lo que parecía extasiar a Groucho era la súbita revelación de una belleza carnal en estado de ebullición. De la nada surgía una veinteañera rubia de 1.66 de estatura, 54 kilos y ojos azules, portadora de un físico de medidas casi perfectas: 90-57-90. Como complemento lucía una boca amplia pero fina, una nariz simpáticamente respingona, un lunar en la mejilla izquierda (punto sobre el cual giró siempre el universo de su fascinación) y esa apariencia de chica siempre a punto de caerse de sus zapatos de taco alto, que parecían dominarla. Se justificaba así el balanceo perpetuo de su cuerpo con forma de guitarra, que desde entonces inflamaría los corazones y mentes de la mitad masculina del planeta.

MARILYN MONROE, ÚLTIMA SESIÓN DE FOTOS

     También en 1949 Marilyn posó desnuda en una sesión por la que cobró 50 dólares. Esas fotos aparecieron en un calendario, y cuatro años después Hugh Hefner, al fundar Playboy, pagó 500 dólares por los negativos y los utilizó en su provecho, en una jugada que le hizo ganar millones. Ya en esa anécdota se establece el parámetro que signaría de por vida a Marilyn: sería una máquina de generar dinero, no tanto para sí misma, sino para los demás, fueran Hefner, la 20th Century Fox, un psiquiatra ávido de fama y fortuna llamado Ralph Greenson, o el periodismo amarillista que lucró con ella, viva o muerta, “tironeando y tironeando, y llevándose pedazos de mí”.

     De su carrera se ha hablado hasta el hartazgo, por lo cual no vale la pena profundizar en el asunto. Sólo recordar que ese inicio fugaz, y otros dos breves roles en La malvada de Joseph L. Mankiewicz (1950) y Mientras la ciudad duerme de John Huston (1950), le abrieron el camino a la gloria. Actuó para Howard Hawks (Vitaminas para el amor, 1952; Los caballeros las prefieren rubias, 1953), Edmund Goulding (Travesuras entre matrimonios, 1952), Roy Ward Baker (Almas desesperadas, 1952), Fritz Lang (Tempestad de pasiones, 1952), Henry Hathaway (Torrente pasional, 1953), Jean Negulesco (Cómo pescar un millonario, 1953), Otto Preminger (Almas perdidas, 1954), Walter Lang (El mundo de la fantasía, 1954), Billy Wilder (La comezón del séptimo año, 1955; Una Eva y dos Adanes, 1959), Joshua Logan (Nunca fui santa, 1956), Laurence Olivier (El príncipe y la corista, 1957), George Cukor (El millonario y la dama, 1960) y de nuevo John Huston (Los inadaptados, 1961).

     ¿Era talentosa Marilyn en lo que hacía? Nunca fue la rubia tonta que Fox inventó, pero tampoco la superdotada que sus fans hoy quieren vendernos. Fue una estupenda villana en Torrente pasional, lució dolorosamente real en su torturado rol de Almas desesperadas, y en Almas perdidas y Nunca fui santa reveló que bajo su apariencia explosiva se escondía una persona sensible y humana. También es verdad que como comediante arrasó en La comezón del séptimo año, como sex symbol supo competir de igual a igual con Jane Russell en Los caballeros las prefieren rubias, y que opacó al acartonado Laurence Olivier de El príncipe y la corista. Pero no es menos cierto que como actriz dramática fracasó en Los inadaptados.

     Este título tiene una importancia adicional porque contiene un pasaje sugestivamente simbólico e inquietantemente premonitorio. En él, Marilyn lucha en forma desesperada por liberar unos caballos salvajes, y allí parece estar escenificando sus íntimos miedos, mientras intenta exorcizarlos mediante una catártica liberación animal. Pero el personaje fracasa en la tarea, con lo cual sin querer el film adelanta el luctuoso final que acecha a la verdadera Marilyn. En Los inadaptados se advierte a una diva harta del peso de la fama, lo cual nos pone en contacto con la mujer.

MARILYN MONROE, VIDA DIARIA

MUJER. De no haber muerto el 5 de agosto de 1962, Marilyn habría dejado de actuar. Estaba planificando su segunda boda con Joe Di Maggio, y la condición sine qua non que el celoso deportista le había planteado para reincidir era el total alejamiento de Hollywood y su encandilante glamour. La sensación de querer huir de un mundo de fantasía para hacer frente a la realidad se detecta en su labor final, que no fue un film sino una extenuante sesión de fotos con Bert Stern en la suite 261 del Hotel Bel Air de Los Ángeles. Stern capturó el sentir más profundo de Marilyn, dándonos su testamento final. En esas 2.571 fotos puede descubrirse a una mujer cansada de su propio mito. La que nos interroga debajo de esa mirada crepuscular no es Marilyn, sino la ex empleadita de tienda nacida el 1º de junio de 1926, esa que nunca pudo definir una identidad. En su certificado de nacimiento figura como Norma Jean Mortenson pero la bautizaron Norma Jean Baker. En sus años de modelo se hacía llamar Jean Norman y Mona Monroe, pero su primer nombre artístico fue Jean Adair. Cuando iba a hoteles se registraba como Zelda Zonk, pero en los psiquiátricos era Faye Miller. Recién en 1956, cuando ya era famosa a escala mundial, tramitó los papeles para ser legalmente Marilyn Monroe.

    En 1962 Marilyn aún no sabía realmente quién era, pero todo indica que intentaba averiguarlo. Esas fotos revelan a una mujer que, sin renunciar por entero a su naturaleza icónica, desea mostrarse en dimensiones más humanas y terrenales. Permite que la lente capture su legendaria pelusilla dorada, que le cubría todo el cuerpo y que la Fox siempre había intentado disimular. La diva que sedujo e hipnotizó a la cámara mejor que nadie no se esfuerza en ocultar sus defectos bajo el maquillaje, e incluso exhibe sin pudor un corte de 7 cm. en el abdomen, resultado de una reciente operación de vesícula. Ese tajo físico simboliza las cicatrices emocionales que había cargado desde el nacimiento, y lejos de romper el mito es todo un homenaje a la humanidad de Marilyn. Además, no debemos olvidar que la propia Marilyn confesó, no sólo en su diario personal sino también en varias entrevistas, que desde su infancia en el orfanato tenía debilidad por las fantasías: “Le decía a los demás huérfanos que yo tenía padres de verdad, que estaban haciendo un largo viaje y vendrían a buscarme de un día para otro. Una vez me envié a mí misma una postal firmada “Mamá y Papá”. Nadie me creyó, pero no importaba: yo quería sentir que era verdad, y tal vez así se convertiría en realidad”. Contra ese mundo irreal estaba intentando alzarse en 1962, y si alguien hubiera atendido su llamada telefónica del 5 de agosto, hoy la historia sería diferente.

     Rechazo por descabellados el complot político (Kennedy tuvo cientos de amantes y nunca asesinaron a ninguna) y tampoco es coherente la famosa teoría del suicidio, ya que se iba a casar de nuevo. En realidad, Marilyn fue víctima del afán de lucro, los escasos escrúpulos y la ineptitud del psiquiatra y su enfermera.

MARILYN Y LA PSIQUIATRÍA. Es bueno aclarar que para todo lo referido a la vida y muerte de Marilyn Monroe es imprescindible la lectura de la notable biografía de Donald Spoto. Se titula Marilyn Monroe, está editada por Anagrama, y la seriedad del enfoque se evidencia en su abultada bibliografía y la enorme cantidad de acápites que apoyan cada aseveración del autor sobre todo aquello que pueda ser objeto de discusión. Son 800 páginas sin desperdicio alguno. En esa Biblia sobre Marilyn nos enteramos que la diva decidió iniciar terapia en 1955, siguiendo la sugerencia de Elia Kazan y Lee Strasberg, fundadores del Actor’s Studio y por entonces profesores de arte dramático de la diva. Sabido es que el famoso Método estimula al actor a indagar en su propia vivencia emocional pasada, como técnica para elaborar sus interpretaciones. Esto hace que el psicoanálisis personal se convierta en un paso inevitable para cualquier intérprete que intente alcanzar el éxito. Eso aún sucede hoy, pero mucho más en los años 50, cuando la intelectualidad americana era especialmente favorable al psicoanálisis.

MRS. EUNICE MURRAY, ESPÍA AL SERVICIO DEL PSIQUIATRA

     Primero Marilyn pasó por el sillón de dos terapeutas mujeres (Margaret Hohenberg, Marianne Kriss), pero por consejo de la segunda en 1960 comenzó a ser analizada por Ralph Greenson. Este hombre era uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalítica de Los Ángeles, y se había hecho famoso por tener su consultorio de Beverly Hills lleno de ricos y famosos del jet set hollywoodense. Gracias a investigaciones realizadas luego de la muerte de Marilyn, se sabe que fueron notorias las dificultades que Greenson tuvo para preservar los límites recomendables en cualquier terapia analítica de tipo freudiano. Estableció una estrategia muy discutible bautizada “terapia de adopción”, mediante la cual convirtió a su propia familia en una familia adoptiva para Marilyn, que sustituiría las carencias afectivas sufridas respecto a sus figuras parentales. En una conferencia Greenson llegó a decir, muy suelto de cuerpo, que “los psiquiatras y los médicos deben implicarse emocionalmente con sus pacientes si esperan establecer una relación terapéutica fiable”. Ese disparate llevó al terapeuta a disponer su propio domicilio como lugar para las sesiones, facilitando así a Marilyn el acceso directo a la intimidad de su hogar, e invitándola a los almuerzos dominicales de la familia, e incluso a la cena de Navidad. Tan desdibujados estaban los límites entre el terapeuta y su paciente, y tan ambigua era esa relación, que Marilyn disponía de una botella de champán reservada en la heladera de la casa de Greenson, para poder servirse una copa luego de cada sesión.

     A la altura de 1962 el intervencionismo del terapeuta alcanzó una inaudita intensidad estimulando a Marilyn para que le llamase a cualquier hora por teléfono, interfiriendo directamente en sus amistades, aconsejándole que vendiese la casa que ella poseía para comprar otra más cercana a la suya, e incluso llegando a participar personalmente en las negociaciones con la Fox sobre las condiciones contractuales. El colmo de esa actitud invasora fue haber convencido a Marilyn que aceptase como empleada doméstica y enfermera a Eunice Murray, quien literalmente se convertiría en espía de la intimidad de la actriz, sirviendo al psiquiatra de fuente de información privilegiada sobre todos los aspectos de su vida privada.

RALPH GREENSON, PSIQUIATRA DE MARILYN

EL DÍA FINAL. De esa forma la casa de la diva había dejado de ser un hogar para convertirse en una verdadera jaula de oro. La estrategia de Greenson fue desastrosa para el equilibrio psíquico de Marilyn, porque en lugar de convertirla en una persona autónoma y madura, logró todo lo contrario, al reforzar la fatal relación de inferioridad y dependencia emocional que la chica siempre había tenido con quienes la rodeaban. Y de esta forma llegamos a la famosa dependencia de Marilyn a los hipnóticos. Unos dicen que su adicción comenzó en forma inocente en 1955, debido al insomnio causado por los cambios horarios a raíz de sus continuos viajes en avión. Otros, en cambio, opinan que su dependencia a los psicofármacos se disparó en esta última etapa, por su incapacidad para soportar, después de cada terapia, el dolor que le causaban sus recuerdos de infancia, de los que siempre había querido escapar.

     Por una u otra razón, el hecho es que Greenson le prescribía barbitúricos para dormir (Nembutal) y narcóticos para relajarse (hidrato de cloral). La droga que causó la muerte de Marilyn sólo pudo ser introducida en su cuerpo por una de tres vías: oral, inyección o enema. Varios motivos tornan imposible que Marilyn muriera por ingestión de cápsulas vía oral: 1) porque el índice de Nembutal hallado en la sangre revela que Marilyn vivió varias horas después de ingerir esa droga; 2) porque la diva estaba feliz (iba a casarse de nuevo con Di Maggio), debido a lo cual suicidarse con píldoras parece incoherente; 3) porque si de todas formas lo hubiera intentado, habría tomado una dosis masiva de una vez, y no varias cápsulas a lo largo de un día.

     También debe descartarse la hipótesis de la inyección, porque una dosis tan elevada como para matarla habría provocado su deceso instantáneo, y un nivel mucho más elevado de barbitúricos en la sangre. Por lo tanto, parece claro que el enema debió ser la vía utilizada para la dosis fatal. La clave de quién lo hizo se halla en lo sucedido en los 20 minutos ubicados entre las 19.20, en que Marilyn habló por teléfono correctamente con Joe Di Maggio Jr., y las 19.40, cuando conversó con Peter Lawford en forma incoherente. Teniendo en cuenta estos datos, y sabiendo que desde un par de meses antes Greenson venía combinando las dosis de Nembutal e hidrato de cloral (esa misma tarde la había visitado y le había hecho tomar pastillas), es que puede decirse que él es culpable de la muerte de la diva, y que su asistente Eunice fue la ejecutora.

     Porque, ¿quién más que ella pudo haber aplicado el enema fatal a Marilyn a esa hora del atardecer? Sobre todo si tenemos en cuenta un detalle importantísimo que en su momento advirtió John Miner, ayudante del fiscal de distrito, y que absurdamente la policía en su momento desestimó: el hecho que Eunice lavara esa noche la ropa de Marilyn y las sábanas. En palabras de Miner: “Si una persona hace algo así en tales circunstancias es porque al final, cuando del estado de inconsciencia provocado por la droga se pasa al coma terminal, el enema debe ser expulsado. Lavando las sábanas, Eunice Murray destruyó las pruebas de su culpabilidad”. Eso explica también la insólita demora de cinco horas entre la llegada a la casa de Marilyn de un Greenson en estado de pánico, y la llamada a la policía: literal y metafóricamente, estaban lavando la ropa sucia. Para librarse de sospechas también debieron romper una ventana (para que pareciera que habían tenido que invadir la casa por la fuerza), además de inventar una versión de los hechos y ensayarla con sumo cuidado.

     La tragedia de Marilyn es haberse muerto justo cuando había comenzado a tomar decisiones maduras por su cuenta, como lo revelan sus últimas entrevistas, su rechazo de la autocompasión, su opción por retornar a Di Maggio y abandonar Hollywood, su franqueza en la descarnada última sesión de fotos, y sobre todo la decisión de despedir al psiquiatra, a quien días antes le había anunciado que interrumpiría la terapia al volver de la luna de miel. En forma rudimentaria pero firme Marilyn empezaba a dominar su vida, mientras intentaba desterrar los fantasmas que desde siempre la habían acosado. Una combinación fatal de drogas y el neurótico egocentrismo de un terapeuta quebraron su futuro, consiguiendo con ello que el cuerpo tan deseado por millones de admiradores abandonara este mundo en forma por demás abrupta. Su amigo Truman Capote dejó una definición bellísima sobre Marilyn: “Lo que ella posee, su presencia, su luminosidad, su aura deslumbrante, se perdería en un escenario. Es tan frágil y delicada que sólo puede captarlo la cámara. Es como el vuelo de un colibrí: sólo una cámara puede expresar su poesía”. Es esa la manera más adecuada para explicar la perenne vigencia de la mujer más deseada del planeta.

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