Nosilatiaj. La belleza.

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¿Qué ves, cuando me ves?

Nosilatiaj. La belleza, de Daniela Seggiaro (Argentina/2012), 83 min.

 

Por María Antonieta Lloveras

Hay a veces en las obras de arte –pinturas, cuadros, poemas, películas- un detalle que condensa en sí mismo, como cifrado,  algunos de sus sentidos. Yolanda, la protagonista, está sentada en el patio de la casa en la que trabaja como empleada doméstica y mira con atención. No sabemos qué (no siempre en esta película sabemos qué se ve, ni qué ve cada cual, ni todo está a la vista) pero podemos intuirlo: mira los árboles. Los árboles, una presencia constante y significativa a lo largo del relato, a lo largo de la vida que va narrando la dulce y suave voz de Yolanda, en un idioma extraño que es de nuestra tierra.

Los árboles, cuyas imágenes fijas van puntuando el relato, a modo de estampas, que se alternan con escenas de la vida cotidiana. En muchas culturas, son los intermediarios entre el cielo y la tierra, con sus raíces nutriéndose de las profundidades y sus ramas cobijando emisarios voladores. “Los ancianos piensan que el cielo, el viento, los árboles y todas las cosas de la tierra merecen nuestro respeto porque somos parte de un todo” nos cuenta la muchacha.

Esa presencia insistente, bien visible, se contrapone a otra, amenazadora, que mujeres de la comunidad wichí (el corrector no me reconoce la palabra) se detienen a mirar, en una escena. Nosotros quedamos fuera del cuadro, sólo escuchamos el rumor de  motosierras y topadoras. Quedamos fuera por momentos y sólo podemos atisbar lo que sucede a través de una ventana, o, con las protagonistas, a través de las puertas, imaginando qué secretos diálogos se despliegan fuera de su alcance, tan significativamente. (La tala, el corte, los motivos, el avasallamiento, el despojo, quedan afuera, sólo vemos sus efectos, adivinamos sus intenciones).

Hay muchos no dichos, pocos subrayados, en esta sutil y delicada película; una gran parte de los conflictos –familiares, sentimentales, económicos, sociales- que articulan la profundidad de su  trama están apenas aludidos, se esbozan en comentarios al paso o en algún exabrupto rápidamente reprimido o silenciado.

Pero, volvamos a la escena en que Yolanda está sentada en el patio, mirando con atenta fijeza: el pequeñito de la familia, el más apegado a ella, se acerca, la mira, se sube a su asiento a  su lado y mira, también él, en la misma dirección, imitando el gesto, inclinando de un lado a otro la cabeza, como tratando de enfocar lo que ella ve, con esa curiosidad expectante y  despojada de prejuicios de los niños.

Es un momento de graciosa ternura, quizá una invitación a ponernos al lado del otro a mirar desde su lugar, a salirnos del nuestros paisajes habituales y ver -y pensar- qué (nos) significa nosilatiaj, qué es para nosotros la belleza.

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