Los ganadores.

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Los ganadores, de Néstor Frenkel (Argentina/2016), 78 min.

Yo ya gané

Por Rodrigo Oviedo

Un hombre llamado Héctor Destéfano, vestido para la ocasión, deambula entre las mesas de un club que esa noche se emperifolla de gala. Saluda y rápidamente se sienta confianzudo al lado de uno y de otro de los premiados de la velada para ponerlos al tanto de algo. Reparte planillas, pide mails, teléfonos. Dice que él y su mujer también ofrecen premios, los Estampas de Buenos Aires, galardón a la radio, televisión, gráfica, canto, y un largo etcétera. Los convoca a participar y les pide que se anoten. En otra secuencia, Destéfano aparece junto a una mujer con la que conduce su programa de tango en radio AM. Pareciera ser su esposa, pero no. Ella rápidamente aclara que se conocen desde hace un montón de tiempo pero que cada uno tiene su matrimonio. El brillo de sus  ojos y el entusiasmo que le imprime al relato la traicionan un poco. Destéfano se apresura  a meter bocado y el tema se diluye.

Entrar en  Los ganadores, el último documental de Néstor Frenkel, es entrar en un submundo con un eje bien definido, el de las entregas clase B de premios, pero que además incita las ganas de conocer a fondo la vida íntima de sus protagonistas. La tentación nos arrastra y es de suponer que el propio Frenkel tuvo que ponerse freno más de una vez para no terminar abismándose dentro de algunas de las muchas criaturas que pueblan Los ganadores. Hay una en especial, el odontólogo de Concordia, superochista, también filatelista, boyscout, tirador, el pintoresco Jorge Mario que, gracias al talento de Frenkel para detectar gente común de inquietudes y ambiciones tan enormes como su falta de recursos, fue capturado y retratado años antes por éste en otro documental llamado Amateur. Jorge Mario es todo un derroche de pasión y de ternura que aparece en Los ganadores, esta vez como disparador, debido a un hobby de tantos que tiene: el de coleccionar distinciones propias. Así, Frenkel comprende que existe un círculo de premios, premiaciones y premiados que, al principio, percibe lejos y difuso, pero que se adivina gracias a las piezas sueltas de un rompecabezas bizarro. La búsqueda por Internet lo ayuda a trazar un bosquejo amplio que al mismo tiempo lo paraliza. ¿Por dónde empezar? El primer contacto es un tal Osvaldo García Napo, a quien antes de la entrevista Frenkel deja “pagando” por alrededor de dos minutos frente a cámara sin hacer nada. Un momento incómodo para Napo –que ostenta ser una de las dos únicas personas en el mundo premiadas con el Jaques Cousteau: el otro es el mismísimo oceanógrafo francés–, pero no para nosotros que ya no vemos a un hombre cualquiera, sino a una clase de mutante perteneciente a una esfera a la que Frenkel finalmente accederá.

Es muy delgada la línea por la que Los ganadores nos lleva a transitar. Por momentos queremos desbarrancar en la burla, esa que se mantiene apenas al margen pero a la expectativa  de explotarnos en cualquier momento en la cara. Nos queremos reír de toda esa gente. Frenkel  lo propicia, pero no autoriza jamás ese pase, porque si bien cuenta la historia con humor, también lo hace con amor. Personajes como Destéfano, aficionado al tango en todas sus vertientes, despiertan simpatía inmediata; el peluquero del programa El hombre manos de tijera que entrevista a sus clientes mientras los atiende; la conductora radial fan de Beto Orlando en el que basa todo su programa; el de los solos y solas que contabiliza seiscientas diecisiete parejas –reales– formadas. Hay muchos más. Cercanos y disímiles en tema, al que volcaron su profesión, fanatismo y tiempo libre. El tramo final, compuesto de pequeñas entrevistas a todos ellos, los flamantes premiados de los Estampas de Buenos Aires, revela el ansia de reconocimiento –de la que no se puede separar de la marginación que le subyace– de personas que se organizaron para mantenerse vivas en un loop continuo de premiaciones en donde todos ganan, pero sólo para sí mismos y nadie más. Y eso les basta.

En entrevista, Frenkel reconoció que obtener  algún premio por este documental no dejará tanto una ironía que, con justicia, se ría también de él, como otra faceta del ego y de la carencia de la que nadie se encuentra exento. Grandes premios, pequeños premios. Expectativas. Demasiadas. Vos también podés ser un ganador. Quizás no falte mucho para que escenarios improvisados por los Destéfanos de este mundo nos tienten a subir a pronunciar un discurso repetido, alzar el premio y prometernos que  el año que viene seremos otra vez los ganadores de todo aquello que querramos ganar. Porque allí sí que podemos.

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