FICIC: estar en el aire

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Por Juan Salinero

El Festival Internacional de cine independiente de Cosquín es un espacio amable. El pueblo serrano invita a estar tranquilo, a disfrutar de las imágenes que donde se mezclan aquellas proyectadas en la pantalla y las de la enorme montaña, el río y los árboles. En las pequeñas salas la gente circula con expectativa y pasión. Los distintos espacios están cerca, no más de cinco cuadras uno de otro. La caminata fresca, los cafés y las conversaciones son el paisaje privilegiado en esos días.

Este festival que ya va por su octava edición, tiene varias particularidades que lo hacen cálidamente habitable.  Tiene una breve duración de cinco días (si tomamos en cuenta que el día de la inauguración se proyecta solo una película y que el día de cierre, se pasan películas solo por la tarde, el festival termina concentrado en tres días), las películas se pasan solo una vez. La programación, si bien es mucha, es acotada en su itinerario. No hay películas de relleno. Lo cual es milagroso si lo comparamos con los Festivales de Mar del Plata o el de Bs. As. donde parece que no existir un criterio de programación del 90 por ciento del festival.

El festival se abrió con Malambo, el hombre bueno de Santiago Loza y cerró con Instrucciones para flotar un muerto de Naír Medina. Estas dos películas cordobesas se sumaron a otras como Córdoba, sinfonía urbana film colectivo, Casa Propia de Rosendo Ruiz o Los árboles de Marino Luque. El crecimiento de los cineastas de nuestra región se deja ver en cada nueva obra.

Hubo dos retrospectivas que fueron de lo mejor del festival y me atrevería a decir de los grandes eventos cinematográficos del año. La retrospectiva de Ana Poliak, fue realmente un lujo, ver Que vivan los Crotos en 35mm fue muy emocionante. Rencontrase con un cine intimo y político es bastante raro en la filmografía nacional.  De algún modo Poliak rompe la abulia del cine de los 90s y le da un giro político, donde se hacen notar las diferencias de clase, la ideología y modos libertarios de vivir.

La otra retrospectiva fue la de Martin Farina, este joven director, en pocos años, realizó varias películas donde el retrato tiene un preponderancia capital. En su última película: Mujer nómade retrata a la filósofa Esther Díaz.  Con la presencia de la protagonista, la proyección fue un hecho multitudinario y festivo, así como también la charla al día siguiente llenó el ambiente de distintas interrogaciones. Como todas las películas del autor el tema de la diversidad, el sexo, las formas emancipadoras de convivir se convierten en experiencias visuales donde parece forzarnos a una mutación de nuestra sensibilidad.

Algunas de las películas destacadas que llegué a ver, y que me parecen dignas de comentar:

La imposible imagen, opera prima de la austriaca Sandra Wolner, comienza con lo que parece ser un registro hogareño de una familia en los años 50 lo que rápidamente se descubre como una suerte de falso documental hogareño. Lo que aparenta ser una familia común austríaca oculta un subsuelo muy oscuro. Con planos cerrados, una casa que se convierte en un mundo y el punto de vista narrativo varía con el correr de la historia, la exquisitez con que es registrada la familia es realmente intrigante.

Con diferentes texturas, y una voz en off que va reflexionando fragmentariamente sobre lo que ve, se construye una trama que mezcla las historias personales, familiares, el pasado reciente austriaco (la segunda guerra mundial y su relación con el nazismo) y algunos debates sanitarios-políticos actuales. La potencia con que se construye las relaciones personales nos hace pensar sobre qué nos referimos cuando hablamos de cine político. Si bien existen panfletos extraordinarios, hay también pequeñísimas películas que en su ambigüedad en el mostrar, nos llevan a reflexionar mucho más allá que cualquier bajada de línea.

Otra película que me llamó la atención fue Buenos aires al Pacífico de Mariano Donoso Makowski. Aquí el director sanjuanino intercala imágenes de archivo, con imágenes de registro actuales sobre un proyecto ferroviario que iba de Valparaíso a Buenos Aires. La monumental obra bioceánica se mezcla con la nostalgia por un pasado irredento donde está el peronismo y la locomotora de los hermanos Lumiere. Allí también está un presente de trenes decadentes que surcan el conurbano.

Lo que resulta interesante de la película es el tratamiento del archivo, la voz en off que va contando los sueños del director, imágenes oníricas de una infancia en la montaña y del presente infantil de sus hijos jugando en las praderas. Este viaje visual que en ocasiones va en locomotora y otras a paso de pájaro nos muestra una dimensión espiritual del tren que pocas veces se vio en una pantalla. Cómo dijo Roger Koza, director del festival, esta película dialoga con Que vivan los crotos de Ana Poliak, donde también se muestra de una manera bastante distinta la dimensión identitaria y profunda del ferrocarril en su relación con los hombres.

Cosquín es un festival hermoso, lleno de sorpresas y por su austeridad con pocas posibilidades  de encontrarse algún fiasco. La calidez del staff y la pequeñés de sus salas hacen muy apacibles esos bellos días otoñales que dura el festival. Cosquín es un lugar para enamorarse…. del cine.

 

 

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