¿A qué tanto le teme el superyo?
Por Mateo Formía
Lanthimos nos tiene acostumbrados, a quienes seguimos su carrera desde hace tiempo, a una corrimiento de nuestro rol convencional como espectadores. Adentrarse en los universos viscerales que el griego propone, implica un encuentro cara a cara y sin pestañear, con nuestra parte más oscura. Poor Things, al igual que todas las obras de Lanthimos, extirpa criaturas camufladas, originarias de los rincones más recónditos de la mente humana.
Sería inutil comenzar un análisis diciendo que Poor Things es una obra de ciencia ficción, de aventura o de época. No es que no lo sea. Solo que, hablar de géneros en casos tan particulares como éste, es un despropósito. Una pérdida de tiempo. Estas casillas, creadas para ordenarnos dentro de todo el caos inventado, no son más que categorías que Lanthimos articula a su manera: excelsa, obsesiva, detallada hasta el hartazgo e incómodamente satisfactoria. Planos voyeristas que nos fecundan en intimidades, colores saturados al extremo, esquizofrénicas melodías atonales y arrítmicas, actuaciones escandalosas (sello distintivo del director) en un mundo hostil donde la ciencia experimental permite hibridar animales, revivir muertos y trasplantar cerebros a otros cuerpos.
Simultáneamente a la existencia del género en su forma in-asediable, paradójicamente se crea la profanación de sus leyes. Está en cada uno considerar este acto como una herejía castigable o un vanguardismo digno de beatificación. Salvando los extremos, lo que resulta imposible de esquivar, es el coraje que implica este acto de transgresión. Poor Things aparece para engrosar la lista de cineastas dispuestos a agrietar las reglas conocidas y problematizar a los santificadores de los fundamentalismos. Pedro Almodóvar, Jane Campion, Chloé Zaho, entre otros, presiden este movimiento desarticulador (o más bien, re-articulador), condensando sus esfuerzos en un solo elemento común y transversal a todas estas producciones: El deseo.
Esta película, como toda la filmografía de Lanthimos, es ante todo una expresión cruda de humanidad. No humanidad en el sentido de conexión romántica, cohesionadora y pluralista. Más bien, del caos inherente a la existencia humana y del inconsciente colectivo. Fruto de sostenidas represiones, enajenaciones, y violaciones inoculadas por nuestro hábitat social, creado para el confort de unos y el sufrimiento de otros. El entrecruce entre estos dos estados ambiguos y polares de existencia, aparece en Bella, la materialización del deseo en Poor Things. El personaje se revela ante la magistral actuación de Emma Stone, la musa de Lanthimos desde su última película La Favorita (2018).
Bella es una jóven torpe y soñadora cargada de imposiciones por fuera de su voluntad: Su mente de niña implantada en el cuerpo de una mujer adulta, recluida en su hogar con intermitentes simulacros de conexión con el exterior y sin mínimos atisbos de poder revertir esta situación. O eso creemos hasta el despertar sexual de Bella, que imprime el ímpetu necesario para que el personaje se adentre en una aventura vertiginosa alrededor de un Siglo XIX paralelo y alucinógeno.
Poor Things propone una indómita anarquía encarnada en Bella desde la inocencia pura, la curiosidad lúdica y, sobre todas las cosas, el placer que aquello encierra. Los vicios del mundo de los hombres, se retuercen ante el frenesí de su adversaria. Se frustran en el intento de domesticarla sobre las prescripciones superyoicas. A lo largo de la película, Bella exilia el encierro a su propio estilo, con ligereza y sin intrusiones extranjeras. Con preguntas y paradojas, si. Pero con el orgásmico deseo por delante.
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