Somos lo que vemos

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“El cine no es la representación de la realidad sino la realidad de la representación” Jean Luc Godard

En este artículo se ubicará al texto fílmico dentro de un contexto histórico, y de esta forma demostrar que las películas no son simplemente un reflejo de la realidad ….son, más bien, en la expresión de Jean-Luc Godard, “la realidad de un reflejo”. Son parte del proceso de formar actitudes, identidades, valores y creencias comunes a la cultura y sociedad…., así como indicativos de resistencias subyacentes a los discursos ideológicos dominantes y, fundamentalmente, a la construcción de realidades. El cine cambió por completo el comportamiento cultural y perceptual de los individuos y de las sociedades. Su desarrollo influyó en todas las clases sociales, al hacer el mundo alcanzable, modificó las relaciones sociales y transformó la visión del mundo. El cine se convirtió en un discurso que integra al resto de los discursos, y provocó con su irrupción una revolución audiovisual del mundo moderno, produjo efectos culturales, insospechados 1. Esto queda demostrado con la primer proyección de los hermanos Lumière , en el Grand Café Parisino, cuando los espectadores desesperados intentan huir de una locomotora que al circular a toda velocidad se acerca a la pantalla creando la sensación de atravesarla. Este primer invento cinematográfico revolucionó, rápidamente, la relación del hombre con el mundo y abrió nuevos horizontes a la imaginación y a la creación artística. El cine vino a transformar a la vida cotidiana, su producción de imágenes se fue incrementando con una velocidad inusitada, que antes no había provocado ningún producto cultural. Es a partir de “El nacimiento de una nación” (Griffith; 1915) que el cine se convierte en un auténtico lenguaje para contar historias. Ésta película reinventó la narración cinematográfica, utilizó un nuevo estilo en el montaje e introdujo nuevas técnicas de producción, que desde entonces son la norma en el cine mundial. La obra de Griffith se constituye como una poderosa influencia no sólo en el mundo cinéfilo, algo ya mostrado, sino en la sociedad, concretamente en la sociedad americana en donde provocó todo tipo de reacciones sociales y culturales. Después de ver esta película, los norteamericanos se aseguraron de que durante muchos años ni un solo “afroamericano” pisase la Cámara de Representantes de los EE.UU. Con la llegada del cine sonoro –en los años ’30- se inició una verdadera revolución no sólo en la estética de las películas sino, sobre todo, en las técnicas de producción y en la organización económica de la industria cinematográfica. En nuestro país, la industrialización propiamente dicha comienza en 1933 con el estreno de la primer película sonora sin discos “Tango” (Luis Moglia Barth) y con la ley de creación del Instituto Nacional de Cinematografía legislada en el año 1957. Fue entonces cuando se insinuó que el cine podía ser un medio para dirigir la mentalidad de la masa, y así poder ordenar el pensamiento del individuo “cautivo” en una sala con el fin de orientarlo en una dirección de carácter masivo2. La industria cultural, particularmente el cine , ha contribuido a inculcar y a ser un vehículo portador de identidades. Un ejemplo de esto es la producción cinematográfica Norteamericana que domina en forma casi absoluta la exhibición de contenidos en todo el mundo y constituye para los Estados Unidos una de sus principales fuerzas económicas. Apoyada, siempre, por el control de las redes de distribución y la creciente concentración vertical de las empresas. Las pantallas de cine nos acercan un mismo modo de vida, un modelo único y repetido; margina, hace peligrar la existencia de las producciones locales y crea , así, una identidad ajena a nuestra cultura. El cine estadounidense, principalmente, ha construido según su conveniencia y su lente, a acontecimientos como los que se dieron en la época de oro del western, en donde el indio respondía al parámetro “enemigo de la civilización” y, por lo tanto, debía ser eliminado. Muchos clásicos de John Ford se construyeron siguiendo este modelo. En plena época de la Guerra Fría, las películas presentaban a un enemigo absolutamente autoritario, incapaz de mostrar algún tipo de sentimiento que no fueran el odio y el resentimiento. Lo que les había cabido a los nazis en la segunda guerra mundial, ahora se trasladaba a los soviéticos. Y Así podemos escribir mucho más sobre este tema, pero lo que interesa y a lo que se quiere llegar es como el discurso cinematográfico forma parte de la existencia social, la transmisión de los significados y sobre todo como es capaz de ejecutarlos en la realidad. El cine hace que predomine una identidad creada por referencias a grupos cercanos, a consensos locales, en donde se crean nuevas concepciones contrarias a las que hasta antes de la aparición del cine se creían verdaderas. Es decir, se crea una multiplicación de sistemas de valores y de criterios de legitimación. En otras palabras, hasta que el cine no registró una mirada totalmente diferente acerca de como son los valores no se pudo tener una concepción distinta de lo que es , por ejemplo, la familia, las relaciones humanas, la sociedad; entre algunas otras miradas que sólo son capaces de emerger de este discurso. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial se produjo un fuerte recambio en el campo cinematográfico occidental. De esta manera aparecen los “nuevos cines nacionales” (la Nouvelle Vague, el Free Cinema, el Nuevo Cine Alemán, el New American Cinema; entre otros). Nuevas tendencias que se propusieron realizar cambios en cuanto a la forma y el contenido de sus productos, y que con el tiempo produjeron efectos de índole social y cultural. En nuestro país, Mario Sofficci y Hugo del Carril , en distintas épocas, fueron exponentes de esos cambios. Se puede pensar en “La Tregua” (Sergio Renán; 1974) como una película que se animó a mostrar temáticas representativas de la vida cotidiana de nuestro país; o “ La Patagonia rebelde” (Héctor Olivera; 1974) una historia de represión con intermedios de luchas sindicales y políticas. Es un cine más político que produjo efectos en un contexto determinado. En los años ’90 podemos tomar a “Pizza, Birra, Faso” (Caetano- Stagnaro, 1997) como reescritura de aquellos primeros intentos en donde el cine se constituía como creador de valores, criterios y como referente de la vida cotidiana. El cine forma parte de la existencia social, por lo que constituye un agente constructor de imaginarios. Lo importante es como éste transmite significados y cómo estos pueden ser ejecutados en el mundo real de los espectadores. Esto hace un replanteamiento de la noción de identidad, porque lo que la sustenta es la imagen, que conllevó, no sólo a la creación de un lenguaje cinematográfico, o de un estilo, o género o un estereotipo, sino que fijó los roles que cada cual debería de interpretar tanto en la pantalla como en la vida misma1. Es a través de la imagen proyectada por el cine donde se construye la visión del mundo. Es a través de los movimientos de la cámara, de los planos, los encuadres, la distancia de la cámara con respecto a la acción filmada, el tipo de montaje, el sonido… que se puede pensar en construir esa visión. Estos elementos intervienen en la creación de la identidad con el fin de buscar diferenciarse (esa relación dialéctica entre yo y el otro). En el discurso cinematográfico la construcción de la identidad se da -por ejemplo- a través de los títulos de las películas que son uno de los primeros mecanismos de seducción, el cual sugiere y condensa el sentido que habrá de precisarse al concluir la misma. De alguna manera, aunque un título no garantiza el contenido, ofrece, al menos, la posibilidad de formular hipótesis de lectura que serán probadas o no por el espectador. También se puede tomar al género, la nacionalidad, al director, el montaje o el relato… El cine está relacionado con la estética y la sensibilidad cotidiana del sujeto. Es decir, la forma en que se comporta el ser humano y como se ubica en la cotidi
aneidad, la manera como actúa en todos y cada uno de los momentos de la vida (dormir, comer, jugar, trabajar…) y en ello se incorpora la constitución del ser espectador de cine, puesto que es ahí donde se comparten los signos del imaginario colectivo, es donde se producen, circulan y consumen las identidades que tienen -en el relato cinematográfico- un proceso muy similar a las de cualquier otra mercancía, y al igual que las mercancías son ofrecidas al consumidor1. La idea de cine como medio óptimo para formar, reivindicar nuestra cultura y construir identidades. Aquí radica la importancia de mantener, fomentar y apoyar a un cine nacional. “El cine existe, por lo tanto es necesario que toda cultura tenga la posibilidad de expresarse a través de él”3. En los años noventa, el cine argentino experimentó un notable cambio. Las películas nacionales comenzaron a dedicarle un marcado protagonismo a diversas problemáticas nacionales. Nuestros directores develaron a personas que intentan sobrevivir en una sociedad pintada por la incertidumbre, por el constante deterioro económico e institucional, la ausencia de ideales, y particularmente teñida por una abstracta imagen del porvenir. Películas que no reflejan la realidad del argentino, sino que la construyen al igual que construyen actitudes, valores y creencias comunes a la sociedad.

 



Notas

1 MERCADER, YOLANDA. “Estrategias simbólicas del cine: juego de reconocimiento e invención de identidades”.http://www.naya.org.ar/congreso2000/ponencias/Yolanda_Mercader.htm. investigación realizada por Yolanda Mercader. Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco. Ciudad de México. 2000.

2 ESPAÑA, CLAUDIO. “Historia del cine Argentino” . 1984-1992:47. Centro editor de América Latina S.A. El material gráfico es en su mayor parte gentileza de la Fundación Cinemateca Argentina.

3 REY RAMÍREZ, ALEJANDRO. Docente U.M.N.G. Universidad Militar Nueva Granada. República de Colombia. Ministerio de Defensa Nacional. 2000. www.umng.edu.co/cultural/cine.htm – 11k –

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