Escándalo americano

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Christian Bale;Amy Adams

Los mentirosos

Escándalo americano (American Hustle, Estados Unidos/2013). Dirección: David O. Russell. Con Christian Bale, Bradley Cooper, Amy Adams, Jennifer Lawrence, Jeremy Renner, Michael Peña, Alessandro Nivola, Robert De Niro y Louis C.K. Duración: 138 minutos.

Por Gastón Molayoli

El desafío de confrontar lo que muestra una película extranjera con la realidad de nuestro país se hace más difícil cuando pensamos el cine norteamericano. Es posible que el carácter universal del cine se encuentre con una especie de resistencia patriótica, aunque la historia demostró que hasta el western, un género que aborda puntualmente la historia de Estados Unidos, fue bien recibido en geografías remotas. Más allá de la pertenencia que anuncia el título, la última película de David O. Rusell permite tranquilamente el ejercicio. El escándalo podría suceder en cualquier país porque en cualquier país hay estafadores y en cualquier país hay políticos corruptos.

Salvo un par, la mayoría de los personajes de Escándalo americano miente. Entre ellos, están los que mienten por interés personal, los que mienten por su comunidad y los que mienten por su familia. La historia se centra en Irving Rosenfeld (Christian Bale) y Sydney Prosser (Amy Adams), una pareja de estafadores, atrapada por el FBI y extorsionada por este para que lleven adelante una suerte de asesoramiento con el fin de atrapar a estafadores o a corruptos. Como resultado de la desmedida ambición de Richie Di Maso (Bradley Cooper), un italiano miembro del servicio de inteligencia, la cosa se pone más seria de lo esperado: los perseguidos son cada vez más poderosos y, por lo tanto, más peligrosos. En medio de toda la maraña perfectamente tejida, con tramas, subtramas y una larga lista de personajes, uno se hace la pregunta: ¿qué parte de lo que estoy viendo es verdad y qué parte no?

Pero Rusell no se queda en un mero espectáculo de ilusionismo. Su preocupación es desplegar el interrogante fundamental y maquiavélico de cualquier acción: ¿hasta qué punto una mentira es condenable si se orienta hacia objetivos nobles? Como siempre, el espectador es quien termina de decidir eso cuando pone en juego su propia moral, pero el mérito de la película no es defender una posición, como si lo hace Scorsese en El lobo de Wall Street, sino poner en tensión esa idea. Porque en los momentos importantes, los personajes más íntegros de la película se mantienen en el terreno de la sinceridad. Cuando, por ejemplo, Irving y Sydney se conocen, él le confiesa que se gana la vida estafando a personas que, por su situación financiera, no pueden acceder a un préstamo. Ella se va de la habitación después de que Irving le confiesa dos grandes verdades: te amo y quiero que seamos socios. Las frases quedan resonando en el ambiente mientras Irving se lamenta por haber dicho la verdad, pero Sydney vuelve y redobla la apuesta. El vínculo que los une está basado en ese acto de sinceridad.

La mirada de Rusell, casi a manera radiógrafo, desnuda también las intenciones de Carmine Polito, el alcalde de Camden, Nueva Jersey, que pretende reconstruir Atlantic City. Polito ama profundamente a su ciudad y para lograr su objetivo está dispuesto a sobornar a congresistas y a senadores. Escándalo americano le escapa al maniqueísmo cómodo; los mentirosos tienen intenciones nobles y los que detentan la honestidad persiguen deseos personales o protegen la integridad de su conciencia culposa.

Y se viene una digresión. Al inicio de la nota hablábamos del potencial universal de algunos géneros, más allá de la temática que abordan o el momento histórico al que hacen referencia, y entre ellos destacábamos al western. Dentro de este género se encuentra la imprescindible Un tiro en la noche, la película que mejor retrató la tensión entre dos maneras opuestas de pensar el mundo: la ley y el revólver. En la película de John Ford, cuyo título original es El hombre que mató a Lyberty Balance, James Stewart interpreta a Ransom Stoddard, un abogado recto que viene del Este con la intención de llevar las leyes al Oeste, lugar donde abunda la violencia. En el Oeste, se encuentra con maleantes (entre ellos, Lyberty Balance), con una bella mujer y con Tom Doniphon, interpretado por John Wayne, un hombre (bueno) que considera que en el Oeste las cosas se arreglan a los tiros o no se arreglan. Stoddard va a defender la ley todo lo que pueda, pero tarde o temprano entenderá que para que las cosas avancen debe cometerse el acto de violencia que anuncia el título. Esa contradicción es un momento central en su vida, en el desarrollo de la película y desencadena el fin del Oeste.

Y volvemos. En Escándalo americano hay un personaje intachable, un policía que piensa que cualquier operación que intente develar un hecho criminal se debe hacer bajo los parámetros de la ley. El personaje, casualmente, se llama Stoddard, como el de James Stewart en Un tiro en la noche, y, como aquél, es incapaz de sostener un arma. Es el único que no avanza, que no experimenta cambios.

Escándalo americano es un universo repleto de tensiones y tanto Bale como Adams le ponen el cuerpo, transformando cada gesto en un compendio de detalles, de miradas, de párpados que tiemblan y de manos nerviosas que rascan un brazo. Desde los pies a la cabeza, la mentira tiene que ser completa, tiene que ser verdad, como la panza de Bale o los ojos irritados de Adams, porque el objetivo final es verdadero.

La mirada de Rusell no condena ni defiende. Tampoco es aleccionadora. Es una mirada con forma de pregunta, que quiere ser más rápida que la mano y que afirma con valentía que el mundo, nuestro mundo, esconde todas estas contradicciones.

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