Cae la noche en Bucarest

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Cae la noche en Bucarest (Când se lasa seara peste Bucuresti sau metabolism, Rumania-Francia/2013). Guión y dirección: Corneliu Porumboiu. Con Bogdan Dumitrache, Diana Avramut y Mihaela Sirbu. Fotografía: Tudor Mircea. Edición: Dana Bunescu. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 89 minutos. Apta para mayores de 13 años.

Por Gastón Molayoli

En el panorama actual del cine, una película como Cae la noche en Bucarest está condenada al fracaso. La ausencia de música, los largos diálogos y los planos de cinco minutos son demasiado para la industria del cine. Y esto se demuestra por la expectativa que despiertan aquellas películas que desde su trailer prometen una narración vertiginosa. La semana pasada, por ejemplo, se estrenó en todo el país Relatos salvajes, la tercera película de Damián Szifrón que salió al mercado con 288 copias (lo que significa que copó 288 pantallas de las casi 900 que existen en Argentina), un record histórico para una película nacional. Más allá de los méritos y las falencias de Relatos salvajes o de sus inevitables relaciones con la televisión, lo interesante es observar la manera en que la velocidad de las películas se convirtió en un valor supremo, al punto de que cualquier drama que contenga planos de más de diez segundos sea para muchos un plomazo insoportable. El mercado necesita velocidad. Y como el cine tiene la capacidad de modelar la percepción (y, por lo tanto, a partir de la insistencia, de modelar el gusto) la neurosis visual que propone la televisión, la publicidad y una buena parte del cine que se estrena en salas comerciales se transforma en regla.

Cae la noche en Bucarest, la tercera película de Corneliu Porumboiu, está en las antípodas de ese fenómeno: sus 89 minutos están integrados por sólo 17 planos-secuencia. Porumboiu quiere que veamos más, que reflexionemos sobre el lugar, la distancia y el peso que tiene cada uno de los planos. Las preocupaciones no se manifiestan sólo de manera formal: Paul, el protagonista de la historia, es un director de cine obsesionado con el realismo, con los planos extensos que muestran la totalidad de las acciones y los cuerpos que las emprenden. Durante gran parte del desarrollo, Paul pasa el tiempo con Alina, una actriz secundaria de su película con quien mantiene un romance. En algunos momentos dialogan sobre el tiempo en el cine, las diferencias entre la tecnología analógica y la digital, entre otros temas. La palabra es el motor que articula todo el desarrollo, como sucede en Policía, adjetivo y en Bucarest 12:08, las anteriores películas de Porumboiu. Pero la voluntad del director rumano no es sólo pensar en las imágenes, sino también con las imágenes. Cada plano es una declaración de principios, permite que el tiempo se filtre. En otros momentos, Paul ensaya una escena con Alina, mira al vacío, fuma mucho, toma café, se encuentra y conversa con otro director y discute con su productora. Pero sobre todo, profundiza su voluntad realista: en la escena del ensayo, Paul le pide a Alina que respete de manera puntillosa los tiempos de cada acción para que se parezcan a los de la vida real.

Detrás del imperativo mimético, tanto Porumboiu como Paul saben que el cine engaña, que no hay realismo posible. Pero también saben que el plano debe insistir con su duración para generar otra disposición en el espectador, lejos del bombardeo sensorial. Detrás de los “tiempos muertos” que algunos van a percibir en Cae la noche en Bucarest se esconde una invitación a mirar con más atención las imágenes, el cine y la vida.

 

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